lunes, 21 de septiembre de 2015

Las velas del apagón

Autor invitado: Dante Bengoa Terán

¿Todavía la amas de verdad?, te pregunté cuando caminábamos juntos hacia mi casa. Tú paraste de reír, tu mirada se volvió un poco nublada y no me respondiste. Apuramos el paso, el camino hacia mi casa es ruinoso, no sabíamos si había toque de queda y estaba segura de que no ibas a querer quedarte a dormir conmigo.




Ella ha sido la mujer más importante de mi vida, después de mi madre y mi abuela, ella ha sido por quien he dado todo, la única a la que en verdad he amado. Era la primera vez que me hablabas de ella. Un día se fue, mandó todo al diablo y ahí terminó todo, me dijo que las cosas no daban para más, que salir a la calle era un peligro, que para conseguir un poco de azúcar había que hacer cola de horas, que el trabajo ya no alcanzaba y que vivir en la punta del un cerro de un pueblo perdido no era vida, que se hartó de mi mediocridad, de vivir con miedo y sin dinero. Que quería ir a la ciudad, que ahí sí se podía vivir bien, que se iba para Lima. Te quedaste en silencio y comenzaste a sollozar. Pero yo te amo, le dije, no pude responderle otra cosa después de la metralla de insultos que había lanzado, y también me puse a llorar, a llorar como un niño cuando escuché sus pasos apurados saliendo de mi casa, y peor aún cuando por la ventana nos dimos una última mirada, entonces ella se volteó y se fue. Te abracé dulce para tranquilizar tus lágrimas. Sé lo que ella debe haber sentido, pero yo no tengo tanto valor.

Más tarde hubo un apagón en el pueblo. A ninguno de los dos nos sorprendió, pensé que aún me quedaban velas, pero se habían acabado. Te pedí que me acompañes a la casa de la vecina para que me preste algunas. Salimos de mi casa y desde tan arriba podíamos ver gran parte del pueblo; era hermoso. Veíamos cada puntito de luz que se iba prendiendo, cada vela o lamparín que se encendía en cada casa, para nuestro pueblo ya se hizo una costumbre vivir en penumbras. No hacía tanto frío, te cogí la mano y te dije que mejor nos sentásemos un rato para descansar. Tú asentiste y comenzaste a dibujar formas con las luces de las velas. Allá, allá hay una estrella. Yo no veía nada, pero te decía que sí, que había una. También había una cara feliz, y la forma de una montaña. Tampoco las pude ver, pero te dije que sí, que ahí estaban. Para mí solo eran muchas luces en los mismos sitios de siempre, pero para ti siempre era algo nuevo y te hacía sonreír. Tú, ¿no ves nada? Te mentí que veía un corazón, mi imaginación no estaba hecha para buscar figuras. Tú te quedaste un rato pensando y me dijiste que no lo encontrabas, pero que todo estaba bien siempre y cuando no sea una hoz o un martillo. Yo me asusté y tú te comenzaste a reír.

Ahora está empezando a amanecer, la última vela está por apagarse y tú duermes tranquilo en el sillón. Pienso que yo no te dejaría nunca, por más mal que estén las cosas afuera, yo contigo seguiría intentando. Sé que no me queda ni azúcar, ni pan, lo mejor será dejarte una nota avisándote de que me estoy yendo a comprar el desayuno, ya sé que después de las noches con apagón, las colas para comprar comida son interminables.

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