lunes, 20 de junio de 2016

Los cuentos que no cuento

Escribe: Diana Vásquez Villanueva

Hace casi una semana, el martes 14 de junio, se cumplieron 30 años del fallecimiento de Jorge Luis Borges. Nacido en la ciudad mágica de Buenos Aires, fue uno de los más grandes exponentes de la literatura del siglo XX. Uno de sus temas favoritos siempre fue el tiempo, su misterio, su poder paradójico de darlo y, a la vez, quitarlo todo; pero aparte de eso, Borges también escribió sobre la memoria en varios cuentos, que como siempre, tienen la capacidad de hacernos ir un poquito más allá de la evidente realidad.

Caricatura de Jorge Luis Borges,
quien decía que si existía un paraíso, debía ser una especie de biblioteca


En Funes el memorioso (cuento publicado en Ficciones, en 1944), Borges relata el encuentro entre un estudiante porteño y el cronométrico Funes. Este era un joven uruguayo que, tras sufrir un incidente que le hizo perder momentáneamente la memoria, comenzó a recordarlo absolutamente todo con un nivel de detalle suprahumano, y perdió la capacidad de ideas generales, pues cada cosa que recordaba la conservaba con sus características únicas e inolvidables.

“Más recuerdos tengo yo sólo que los que habrán tenido
 todos los hombres desde que el mundo es mundo”
– Ireneo Funes

Parte de la magia de este cuento radica en la cuasi deshumanización del prodigioso Funes, puesto que Borges sostiene que este don de la detallada memoria lo hace perder capacidad de abstraerse y generalizar. Y a fin de cuentas, ¿qué es un hombre sin su capacidad de razonar? Si bien Borges, en este cuento en particular, habla sobre la memoria como la capacidad para recordar el mundo exterior, me hizo pensar en la otra cara de la moneda. ¿Qué hay de la memoria sobre nosotros mismos?

Creo que una mirada hacia los rincones más profundos de nuestros cerebros solo se puede hacer recorriendo los senderos de la memoria. ¿A dónde queremos llegar? Pues, a esos pliegues donde yacen nuestras pasiones, donde se responden al desnudo las preguntas más importantes. Ahí, donde el cuerpo se desvanece y nuestra razón se encuentra con nuestros sentimientos. A ese vértice donde está lo que nos define, todo aquello que, si se quiebra, es capaz de destruirnos.

Si es que vemos la vida de las personas como si fuera su historia, la memoria (nuestra capacidad de generar recuerdos) es como el narrador de nuestro pasado. Nos sirve a los hombres para recordar de dónde vinimos, qué hemos hecho con lo que se nos ha dado y cómo hemos obtenido o perdido lo que hemos querido. Pero, como todo narrador, tiene su propia voz y, por lo tanto, cuenta nuestra historia con los matices que se le antoja. Si es que tratamos de resumir quiénes somos en la imagen que tenemos de nosotros mismos, ésta, inevitablemente, estará plagada de nuestros recuerdos sobre nuestras versiones anteriores y es en este punto en el cual nuestra memoria toma un papel protagónico en nuestras vidas.

Introspección
Ahora bien, no son solo nuestras memorias lo que nos define, sino lo que hacemos con ellas. Ya sean sobre nosotros mismos o sobre lo que nos ha ocurrido, lo que importa son los matices con los cuales estas toman forma, pues eso es lo que va a determinar cómo reaccionemos ante ellas. Si nos recordamos a nosotros mismos con cariño, seremos una persona distinta a la que seríamos si nos recordáramos con resentimiento o dolor. A diferencia de Funes, nuestra memoria, reducida en amplitud, pero generosa en profundidad, nos construye, desde adentro hacia afuera.

No dejemos que se contamine nuestra memoria, al fin y al cabo, es nuestra y podemos hacer lo que queramos con ella.

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